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Aurora para el arte y el textil: ¿el canon resignificado?

Aurora para el arte y el textil: ¿el canon resignificado? A propósito de la obra de la joven artista cubana Aurora Molina, residente en Miami

Más allá de los debates sobre la dimensión o la función social, el arte pictórico, como campo de construcción simbólica humana, no ha estado ajeno de los procesos complejos de asimetrías, inequidades y desigualdades que por razones de género, clase, etnia o raza han caracterizado a las sociedades modernas en Occidente. Una de las más grandes contradicciones de la creación artística revela la sobrerrepresentación de la mujer como objeto, mientras que como sujeto es frecuente su invisibilidad. Sin un reconocimiento justo dentro de lo que se reconoce como paradigmas de la historia del arte, con respecto a los hombres, las mujeres a menudo se han enfrentado a retos y dificultades mayores para ser artistas, por el hecho de haber sido encasilladas al espacio privado, doméstico y marital. Si nos detenemos a reflexionar por un instante, no se puede negar el androcentrismo en la historia del arte, lo cual incluye la concepción, la praxis y el establishment artístico. Ello nos ayuda a poner en entredicho los distintos movimientos y los discursos de la propia historia del arte, que confiesan una hegemonía masculina, donde el artista varón se refrenda como el "genio". Aun cuando ha existido una apreciable presencia femenina dentro del arte, han sido históricamente despreciadas de los cánones establecidos, en parte por la incidencia de los sesgos de género dentro del universo artístico, dado que todo lo asociado a lo femenino lamentablemente se ha subvalorado. Lejos de absolutizar, la imbricación de prácticas e imaginarios socioculturales en sociedades patriarcales (y/o machistas) de Occidente, aun cuando denotan lo difícil y extremadamente embarazoso para las mujeres que apuestan por el arte, resultan un desafío que las hace más admirables, debido a que sus poéticas en muchas ocasiones representan la lucha humana por derribar injusticias, exclusiones, discriminaciones, estereotipos, a la vez que resignifican a la mujer más allá de ser madres y expresan el importante valor del universo cotidiano y simbólico identificado como femenino. Al igual que el mundo, en el siglo XX, el arte experimentó crisis, revoluciones y transformaciones. Las incuestionables conquistas jurídicas y sociopolíticas del feminismo que redimensionaron a la mujer como sujeto de derecho, en igualdad de condiciones con respecto a los hombres, también impactaron sobremanera los cánones, los patrones y las estructuras del arte. Aunque habría que diferenciar el arte “hecho por mujeres” que el denominado arte “feminista”, la irrupción de mujeres artistas, a partir de la década de los años sesenta, que asumieron el feminismo de la segunda ola como plataforma ideológica: “lo personal es político”, constituyó una de muchas de formas de validar las diferentes subjetividades “femeninas” ante la hegemonía masculina del arte; además de hacer estallar en mil pedazos su limitado y estereotipado espacio, así como para denunciar la violencia de género; legitimar su arte a la par de los hombres; explorar acerca de los sinsentidos modernos en relación con los cuerpos humanos, las sexualidades y las libertades individuales; etc. Al mismo tiempo que se perturban imaginarios y roles sociales excluyentes y discriminatorios por sexo, las mujeres estremecen lo cimientos convencionales de la institución arte, por cuanto el cuerpo femenino, otrora símbolo de moral y belleza, ahora se convierte un medio físico y simbólico principal de expresión artística de la experiencia cotidiana “femenina” y de su situación de desigualdad. Al tratar desde nuevas perspectivas temáticas que habían sido invisibilizadas por el arte, como la maternidad, la familia, la sexualidad y otras, no solo permitió que se reivindicara el mal llamado arte menor como el bordado, la costura, la tela y otras técnicas tenidas como femeninas, sino que allanó el camino para que surgieran futuras generaciones de mujeres artistas sin los temores de ser subvaloradas, tal como ocurría antes. En este sentido, nombres como Louise J. Bourgeois, Annette Messager, Nancy Spero,Valérie Jaudon, Miriam Schapiro, Ana Mendieta, Yayoi Kusama, Rachel Whiteread, Judy Chicago, entre muchas otras, han sido paradigmas imprescindibles. Nacida a fines del pasado siglo, la joven artista cubana Aurora Molina, residente en Miami (Florida, USA), aun sin reconocerse como feminista, representa una nueva generación sobre la que se descubre la influencia de los referentes estéticos y discursivos, así como de los espacios abiertos y ganados por sus predecesoras, en especial, de las artistas feministas. Vinculada con la importante historiadora del arte y galerista Bernice Steinbaum, Aurora Molina advierte en su propuesta artística, definida como escultura figurativa de fibra -que incluye la fotografía, el videoarte, la instalación-, la defensa de toda actividad que ha acompañado al mundo “femenino” en torno al hogar, al bordado y al textil, pero desde una visión crítica de la sociedad moderna: las mujeres y sus tradiciones creativas, la cultura de masas, la sociedad de mercado, los gerontos y el envejecimiento, entre otros. Si nos acercamos al recorrido artístico y expositivo de Aurora Molina, podemos percibir una contracultura polisémica, de contradicciones, de “poner caos en el orden”, contextualizada en la sociedad global y digitalizada del siglo XXI; de ser una cubana nacida en el pueblo de Nueva Paz y residente en Miami; de ser una mujer y tratar de establecerse como una artista textil que aprecia y asume un quehacer histórico construido culturalmente en torno a lo femenino, pero sin profesar una militancia feminista; de ser una artista que concibe la enseñanza como proceso de creación artística y como práctica social; de ser una joven que siente como suya la desvalorización moderna de las personas de la tercera edad y de las tradiciones de las distintas culturas en el mundo -anteriormente colonizadas por los centros de poder europeos. En su obra Karkinos, las percepciones sociales en torno a la belleza y la mujer, ya sea como íconos, celebridades o productos estandarizados, (des)articulan por medio del pasado y el presente, como imágenes en contraste, pero en juego crítico con sus amargas huellas sobre la juventud y en especial la vejez. Algo similar se observa en Selfies, donde se cuestiona la nueva tendencia en la cultura popular, dado el alto grado de dependencia que cobra en la vida y en las identidades de los individuos las redes sociales y los medios de comunicación: ¿acaso no es una aberración egocéntrica creer que se es una celebridad por un selfie publicado en las redes sociales? Asimismo, en We are Auld Puppets, una instalación de 15 esculturas blandas, Aurora pone sus manos en la llaga, cómo las personas de la tercera edad son frágiles a la manipulación a la que la sociedad está expuesta, en gran medida, por el modo en que los sistemas imponen lógicas y patrones de conducta para los individuos, y que en definitiva, dejan una profunda sensación de vacío en sus vidas. Sin embargo, en La hoguera de las vanidades, Aurora detona los extremismos, y propone su mirada en varios sentidos: ¿El culto moderno de la apariencia y la superficialidad en realidad sirve al bien común? A partir de un hecho histórico, la hoguera florentina de 1497, en la que bajo el influjo del sacerdote dominico Girolamo Savonarola se quemaban por miles objetos considerados vanos y pecaminosos: libros, vestidos finos, cosméticos, espejos, pinturas, esculturas y música secular. Si bien esta serie polemiza la naturaleza de la vanidad y la frivolidad, su impronta definitiva en la sociedad se aborda entre los cauces negativos y extrañamente positivos que tienen sobre la cultura y la sociedad. Sobre la base del pensador social francés Gilles Lipovetsky, Aurora azuza un debate inacabado entre modernidad, posmodernidad e individualidad: que la producción en masa de la moda puede "suavizar el conflicto social" y posibilita a los consumidores "convertirse en individuos complejos dentro de una sociedad consolidada, democráticamente educada", puesto que también "la superficialidad fomenta la tolerancia entre los diferentes grupos dentro de una sociedad". Mientras en Socially Commune Portraiture, la alienación en la sociedad moderna se retrata sin distinción social u origen étnico, del mismo modo en que el fenómeno hace común a la mayoría de las personas dentro de una lógica de desigualdad social. A su vez, en Coming to America, Aurora continúa con su enfoque social, con la representación en forma de viñetas, de pasajes de la vida cotidiana, de hombres y mujeres inmigrantes, y de la metamorfosis del "sueño americano" en pesadilla, debido al problema del status migratorio. Por su parte, en su pieza cinética Pioneros, Aurora nos revela su experiencia personal en el sistema escolar infantil de la Revolución cubana, en especial, el alto impacto del Estado socialista, con una marcada naturaleza ideológica, en la vida de los individuos. Seis esculturas con mecanismos robóticos, describen una práctica común en las escuelas cubanas, reaccionan ante el comando de voz "¡Pioneros por el comunismo!", poniendo sus manos hasta su frente como saludo y respondiendo: "¡Seremos como el Che!". Ahora bien, existe algo muy importante que caracteriza la trayectoria artística de Aurora Molina, en especial, su concepcion del arte en relación con la sociedad y la enseñanza. Antaño, uno de los espacios y/o profesiones que permitió que las mujeres transformaran su realidad marginada en el espacio privado, fue la educación, primero en los niveles primario y secundario, y después, avanzado el siglo XX, en la superior; si bien pudiera tratarse como una extensión del diseño patriarcal del rol doméstico en torno al cuidado de los hijos/as, no caben dudas de que el acceso al espacio y a profesiones liberales, acompañó el movimiento feminista internacional de reivindicaciones sociopolíticas. Graduada de Associate of Arts –Visual Arts– del Miami Dade Community College, de la Licenciatura en Bellas Artes con especialización en Mixed Media de la Universidad Internacional de Florida y con una Maestría en Arte Contemporáneo de la Universidad Europea de Madrid, para Aurora resulta de gran significado el trabajo y la enseñanza en arte para niños y niñas con necesidades especiales, no importa el país y el lugar. Compartir su experiencia en el arte a través de talleres, clases y exposiciones, deviene en un diálogo, como proceso artístico que pretende rescatar tradiciones y prácticas sociales referidas con las mujeres, tales como la costura. En Retra-Tablos, retratos de Zegache, Aurora combina su visión formativa en un taller de costura con veinticinco niñas y niños de Oaxaca (México), como parte de una residencia artística, que tuvo el propósito de que las personas hagan conciencia sobre la antigua tradición de la materia textil y su vínculos con la historia de las mujeres y de la propia ciudad de Oaxaca. A partir de la estética de un pintor norteamericano, Chuck Close, que trabaja el autorretrato desde distintos píxeles en un mismo segmento, Aurora introdujo a niñas y niños en el uso de la teoría del color y en la idea de la construcción de una gran imagen por medio de pequeñas imágenes. De esta manera, la imaginación infantil quedó plasmada en un gran dibujo y transformada en una pieza textil por la maestra bordadora Cecilia Felipe de Santa Ana Zegache, expuesta por varios días en el patio tres del Museo Textil de Oaxaca.

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